El tatarabuelo de Starbucks te explica por qué los países islámicos no funcionan
Imsail Abu Taqiyya fue un empresario egicpcio que trabajó entre los años 1580 y 1625. No hacía mucho tiempo que el Imperio Otomano, la punta de lanza del Islám, había conquistado al Imperio Mameluco, otro imperio islámico. Ahora, tan sólo Persia haría oposición a los califas de Estambul dentro de esta religión.
Sin embargo, y pese a la gran hazaña de la conquista de Constantinopla, lo cierto es que para el siglo XVI los países musulmanes se habían quedado muy por detrás de los europeos. En el siglo X Damasco y la Meca eran el centro comercial del mundo1, quinientos años más tarde una pequeña península del continente Euroasiático, junto a una adyacente, tenía un control hegemónico sobre el comercio mundial, y sus ciudadanos eran los más libres y prósperos en la Historia de la Humanidad hasta el momento.2
Las riquezas heredadas de tiempos mejores y alguna que otra conquista bélica ofuscaron la visión de muchos musulmanes, que no veían que se estuvieran (aunque ya lo estaban) quedando atrás. Quizás por eso nadie hizo nada.
Sea como fuere, varios siglos han pasado y hoy está claro que los países islámicos son mucho más pobres y mucho menos libres que el resto,3 y mucha gente se pregunta por qué.
La explicación más extendida es que hay algo en la cultura islámica que los hace ajenos a la cultura del esfuerzo y el comercio que impera en Europa, pero dado que en su día ellos eran la primera potencia comercial, a mí nunca me ha convencido.
Quién sí me ha convencido es Timur Kuran, con una obra absolutamente magnífica: The Long Divergence. En esta entrada voy a resumir su tesis valiéndome de un pequeño ejemplo que él mismo nos ofrece, aunque lo ampliaré y seré algo más creativo.
Imsail Abu Taqiyya, el padre de Starbucks
Nunca he estado en un Starbucks, pero tengo entendido que es un sitio al que la gente con perras a va socializar mientras se toma un café con tanto complemento que podría ser un postre.
Bueno, pues Abu Taqiyya fundó un negocio así. El café estaba entrando en Egipto a través de Yemen, pero seguía considerándose algo raro. Nuestro protagonista vio su potencial, y además de dedicarse a importarlo decidió abrir unos locales donde la gente se reuniera a consumirlo, algo todavía más raro que el propio café.
El caso es que sabemos que Abu Taqiyya hizo una pequeña gran fortuna, pero también sabemos otra cosa: hoy nadie se acuerda de él. Su empresa no siguió tras su muerte, y si lo hizo fue en unas condiciones tan distintas que nadie consideraría que fueran lo mismo.
Lo gracioso es que, siendo un poco especulativos, podemos suponer por qué no lo hizo, y a partir de ello ver por qué estos países han funcionado tan mal.
La ley islámica del comercio
Para antes del siglo X, los países islámicos tenían una tecnología social realmente avanzada que tardaría siglos en llegar a Europa, y por tecnología social me estoy refiriendo claramente a cierto tipo de contratos.
Estos contratos permitían crear asociaciones empresariales muy avanzadas para la época, pero hay un problema: se quedaron ahí. Un contrato de asociación de Constantinopla en el siglo XVIII era básicamente igual que estos papeles de la Damasco anterior al milenio después de Cristo.
Hay muchas cosas que comentar, pero me voy a centrar en una. Si hay algo que llama la atención de las empresas de Constantinopla es que la inmensa mayoría eran de menos de dos socios, y ninguna llegó a alcanzar el tamaño de las grandes empresas con acciones como la Compañía de las Indias Orientales o la del Mediterráneo.4
¿El motivo? Pues uno de los principales argumentos de Kuran está en la ley de herencias, y en lo que pasaba con una empresa cuando un socio moría.
En la Europa Cristiana, si un socio moría no había mucho problema, su primogénito (quién se había entrenado en el oficio desde pequeño) se haría con el puesto con el capital heredado de su padre, y la empresa continuaría como antes.
En los países musulmanes de Oriente Medio, en cambio, la muerte de un socio significaba la disolución inmediata de la empresa. Por supuesto, ésta se podría volver a formar, pero había un gran problema (además de todo el tiempo perdido y la inseguridad jurídica que ello conllevaba): la herencia musulmana es tremendamente igualitaria (i.e. el primogénito no se lo queda todo).
Lo que es todo un avance social en los países ricos5 era un suplicio en los pobres. En etapas bajas del desarrollo la principal forma de mejorar la productividad es mediante la acumulación física de capital, pero la ley de herencias islámica hacía que ésta se tuviera que repartir entre todos los hijos (además, las élites eran polígamas, y muchas esposas significa muchos hijos, nuestro protagonista tuvo 11).
Esto explica que nuestro empresario realizara su aventura él sólo, sin ningún socio ya no permanente, sino que durara más de unos cuantos meses. Una muerte súbita hubiera significado también la muerte de su negocio. Por supuesto, estas asociaciones también eran bilaterales, cuando Abu Taqiyya tenía más de un socio, éstos no se conocían ni cooperaban entre sí.
Uno podría preguntarse, ¿por qué tenían un sistema de herencias tan disfuncional? Pero lo cierto es que nadie lo sabe, aunque las dos hipótesis más fuertes son que es una maladaptación de su época nómada (las herencias igualitarias son mucho más raras cuando tu principal activo es la tierra) y otras teorías apuntan a que fue una decisión más o menos deliberada de las primeras élites, que buscaban impedir la formación de una nueva élite que les hiciera la competencia (sea como fuere, efectivamente lo consiguieron).
Las waqf’s: los "trust” islámicos
Pero este no era el único problema. Además de que la ley islámica sobre la formación de empresas y la herencia hacía bastante difícil obtener dinero, más difícil todavía era guardarlo.
Hasta el año 1850 los países musulmanes no vieron una banca mínimamente comparable a la que había en Europa 300 años antes, estoy hablando de los bancos de Egipto y Estambul, y en ambos casos fueron fundados por extranjeros, operados con capital extranjero… y en buena parte para extranjeros.
Guardar tu fortuna era algo realmente complicado, más teniendo en cuenta el alto riesgo de robo o expropiación (robo legal).
Por suerte existía una solución, una institución milenaria llamada “waqf”,6 una especia de trust primitivo.
En esta asociación, el hombre con dinero se lo daba a otro empresario para que emprendiera un proyecto. Las waqfs aparecen en el Corán y tenían una buena reputación entre los ulema -autoridades religiosas- así que infundían cierto respeto a los gobernantes, que no las expropiaban. Además tenían suculentos beneficios fiscales, algo que no es extraño dado su papel fundamental a la hora de proporcionar bienes públicos.
Sea como fuere, si alguien hacía una fortuna no tenía mucho más remedio que apalancarla en una waqf, pero esto traía varios problemas.
Primero, una vez que se ha constituido una waqf nadie puede cambiar su cometido. Si tu waqf se dedicaba a vender telas, y había una recesión que hacía que nadie quisiera comprar telas, te jodías. Ni el empresario a cargo ni el capitalista podían cambiar su cometido, so pena de sanción islámica.
Sacar dinero de una waqf también era muy complicado, pues sólo una parte pequeña de los beneficios volvía al capitalista, y por supuesto no podía recuperar el capital que había invertido.
Por hacer una analogía, sería como hoy en día sólo pudiéramos dejar nuestro dinero en una caja fuerte que nunca pudiéramos abrir, y a cambio nos pagaran un pequeñísimo porcentaje cada año, con el riesgo de que el banco quiebre (tiene muy pocas herramientas para adaptarse y sobrevivir) y entonces no recuperemos nada.
Vamos, que su única ventaja era que eludía los inconvenientes de la ley islámica: permitía algo más de flexibilidad con los contratos laborales a la hora de buscar socios, evitaba que los gobernantes pusieran sus manos encima y, lo más importante, las waqfs no se repartían con la herencia, por lo que podían ir acumulando capital por varias generaciones.
Volviendo a nuestra analogía, es como si más que una caja fuerte fuera una hucha de cerdito que nunca vas a romper, pero puedes seguir metiendo dinero y obtener un pequeño beneficio anual.
Y muchos os estaréis preguntando: ¿y esto qué tiene que ver con el señor del Starbucks? Pues realmente poco, ya que no sabemos nada de su relación con una waqf, lo que sí sabemos es que él era plenamente consciente de que por mucho dinero que amasara, le sería muy difícil disfrutar de él plenamente, lo que probablemente no le incentivó a trabajar más. Y como él, pues todo el mundo.
Lo que 500 años de atraso bancario hacen a un pueblo
Antes he nombrado que hasta el 1850 los países musulmanes no tuvieron una banca digna de tal nombre. Podríamos hablar horas de qué hacían entonces para conseguir créditos (a pesar de que estuvieran prohibidos si tenían interés), pero me quiero centrar en otro aspecto.
Uno de los mayores avances de la Edad Media fue, sin duda, el cheque (en honor a la verdad y le duela a quien le duela, tampoco había mucho más para elegir7).
El cheque (o más formalmente, la letra de cambio) permitía dos cosas: por un lado, hacer negocios entre largas distancias sin miedo a que te robaran. Por otro, permitía arbitrar entre divisas, lo que añadía un mecanismo de mercado para que los gobernantes de Europa no se pasaran haciendo el tonto con el dinero.
El caso es que la letra de cambio fue la materialización de 200 años de constantes avances en la banca europea, desde Barcelona hasta las Repúblicas Italianas, y sólo fue posible por el alto nivel de confianza en los bancos (y las nuevas fórmulas contractuales que hacían esto posible, como el sistema de Hub’s de los Medici).
¿Tenían los musulmanes algo así? Pues lo cierto es que sí, y unos 500 años antes. Sabemos que los grandes mercaderes islámicos han operado con letras de cambio, pero una versión mucho más rudimentaria que la europea, que ni siquiera permite arbitrar entre divisas. Por supuesto, su uso fue muy escaso.8
Aunque el mayor problema fue, simplemente, que no había demanda. Las letras de cambio hubieran venido genial a nuestro comerciante de café, que no tendría que hacer largos viajes en caravana por el desierto con sacos llenos de metales preciosos, pero lo cierto es que las instituciones bancarias estaban tan atrasadas que las letras de cambio ni estaban ni se las esperaban.
Esto es normal. Hay pocas empresas que requieran más colaboración entre socios que un banco, donde los miembros fundadores necesitan poner su dinero a modo de “colchón” para poder operar con el dinero de los depósitos concediendo préstamos sin que nadie se queje de que no le puedes devolver su dinero cuando vaya a pedírtelo por la ventanilla.
Sin embargo, como hemos dicho, la colaboración entre socios era algo prohibitivo bajo la ley islámica, por lo que no es de extrañar que el negocio bancario estuviera monopolizado por un tipo particular de waqf (mejor que nada, pero estas “empresas” eran la antítesis de flexibilidad e innovación).
Conclusión
Podríamos hablar mucho más, por ejemplo sobre el poco peso que daban los países islámicos a los testimonios escritos (como contratos) en un juicio, la alta corrupción de los jueces, su favoritismo por los locales (lo que dificultó muchísimo la alianza empresarial con Occidente) o la que tal vez fuera la mayor estupidez de los otomanos: la prohibición de la imprenta. Pero creo que ha quedado claro.
Lo que hicimos en el pasado importa, y mucho. Y lo que los antepasados de los países islámicos hicieron fue de todo menos cooperar a gran escala y en confianza para mejorar la vida del resto de ciudadanos; todo al estar sometido al yugo de la Ley Islámica, que empezó a ganar mucho peso a partir del siglo XI cuando los ulemas dejaron de ser independientes y patrocinados por mercaderes a depender de los califas y sultanes. Por supuesto, esto tuvo consecuencias terroríficas:
Estas instituciones tan terribles han hecho una mella tan grande que la solución se antoja muy difícil, no hay más que ver como los movimientos renovadores, alejados de la religiosidad y los preceptos islámicos, han sido mucho peores que la enfermedad (sí, hablo del socialismo árabe).
Todas las taras que he nombrado estuvieron más o menos presentes en la Europa Cristiana, pero las autoridades religiosas tenían mucho menos poder, en buena parte porque los monarcas tenían otras fuentes de legitimidad y otra buena parte porque el Cristianismo se construyó sobre las bases de una civilización previa con sus instituciones propias, al contrario que el Islám, en donde los Estados y la religión se fueron desarrollando a la par.
Ver J. Rubin, Rulers, Religion, and Riches, Figure 1.4 Urban Center of Gravity in Europe and the Middle East, 800–1800
Timur Kuran, The Long Divergence (sí, estoy algo vago):
Ver:
Una muestra, nuevamente vía The Long Divergence.
Europa adoptó este sistema de herencias bien metida en la Revolución Industrial
Si buscáis información, muchas veces lo veréis como “habiz”, aunque por la naturaleza del contrato se suelen mezclar los “trust’s” con simples donaciones religiosas.
Ya no hablemos si quitamos el último siglo y medio, el menos medieval de todos (y ni siquiera habría que quitarlo en toda Europa)
Sobre todo esto, leer J. Rubin, Rulers, Religion, and Richies. Aunque Timur Kuran también lo toca por encima.