Somos más racionales de lo que parecemos
Si valoráramos una vela por su eficiencia energética no la usaríamos, pero las preferimos para iluminar una velada romántica sobre los LEDs
Mucho se ha hablado sobre la racionalidad de los seres humanos y no es mi intención hacer un resumen histórico de ello, sin embargo sí tengo algo que decir sobre el presente, ¿habéis oído hablar de la behavioral economics? BE o economía conductual para los amigos. Por resumirlo rápido pero no mal: se trata del uso de la psicología para entender los patrones económicos de los humanos. Más concretamente durante una década el tema principal de investigación ha sido encontrar los sesgos que hacen que tomemos decisiones de forma “poco racional”.
El nobel de economía Daniel Kahneman1 probablemente sea la figura más reconocido pero seguro que ya lo sabéis. ¿Por qué escribir sobre esto en pleno 2022? Pues no vengo a hablaos sobre la crisis de la replicación2 o la cantidad de sesgos que se han demostrado ser falsos3, sino sobre un tema mucho más sutil pero a mi parecer de mayor importancia.
¿Qué es ser racional? Si le preguntamos a un economista de la BE nos respondería:
Alguien es racional cuando cumple estas dos propiedades:
Completitud: Para dos objetos cualesquiera (x, y) en el conjunto de alternativas (X) debemos tener xRy o yRx o ambos. Esto significa que el agente clasifica x al menos tan alto como y, o clasifica y al menos tan alto como x, o es indiferente entre los dos si tanto xRy como yRx son el caso. En el caso en que xRy pero no yRx, decimos que x es estrictamente preferible a y. En pocas palabras, se supone que el agente tiene una preferencia inequívoca entre dos alternativas cualesquiera.
Transitividad: Para todo x, y, z en el conjunto de alternativas, si xRy e yRz, entonces xRz. En palabras, si x tiene al menos una clasificación tan alta como y, e y tiene una clasificación al menos tan alta como z, entonces x tiene una clasificación al menos tan alta como z. Cualquier preferencia estricta en las premisas también fluye hacia la conclusión; por ejemplo, si se prefiere estrictamente x a y, e y se prefiere al menos débilmente a z, entonces x se prefiere estrictamente a z.4
La mayoría de sesgos que estudian los BEs (economistas especializados en economía conductual) consisten en encontrar cuando nos desviamos de esta definición, pero hay un problema muy evidente, que de hecho son dos: Nadie utiliza esta definición cuando usa la palabra “racional” en el lenguaje corriente, y peor aún, sí consideramos racional violar estos axiomas de vez en cuando.
¿Qué es la racionalidad?
Para entender el problema tenemos que echar un vistazo al pasado. Siglo XIX, la economía empieza a existir como una disciplina separada del derecho y la filosofía; las matemáticas ya han avanzado lo suficiente como para tener modelos realmente complejos. La definición dada anteriormente podríamos llamarla de “agente neoclásico” porque es la que los economistas neoclásicos utilizaban para sus modelos, no tanto por convicción sino porque era la única forma, con las herramientas de la época, de llegar a algún resultado.
Los BEs critican ferozmente esta definición, pero buena parte de su obra trata sobre cómo reconvertir a seres humanos normales en homo economicus neoclásicos, y eso es poco científico. Yo estudio física y si tengo una teoría sobre cómo se mueve un electrón que no se cumple, cambio mi teoría; no le echo la bronca al electrón y le obligo a moverse como yo quiera.
En su magnífica obra Escaping Paternalism: Rationality, Behavioral Economics, and Public Policy Mario J. Rizzo y Glen Whitman hacen un genial estudio pormenorizado de buena parte de la literatura sobre la BE con este enfoque. Aunque el objetivo del libro es criticar los “nudges” (políticas paternalistas destinadas a corregir los sesgos conductuales) el libro va mucho más allá, y su lectura me parece obligatoria. Veamos un fragmento que me parece revelador:
En este libro defenderemos lo que llamamos racionalidad inclusiva. La racionalidad inclusiva significa un comportamiento con un propósito basado en preferencias y creencias subjetivas, en presencia de restricciones tanto ambientales como cognitivas. Esta noción de racionalidad conserva la noción central de propósito y, en ese sentido, debería parecer familiar. Pero a diferencia de otras nociones de racionalidad, muchas de las cuales se inventaron con fines de modelado, pero desde entonces han cobrado vida propia, la racionalidad inclusiva no dicta la estructura normativa de preferencias y creencias a priori.
-Mario J. Rizzo, Glen Whitman5
Coste cognitivo y objetivos ocultos
Pensar es costoso. Antes hemos hablado del axioma de completitud, que básicamente se resume en tener unas preferencias claras dos a dos. ¿Os imagináis lo caro que es eso? En vez de elegir en el supermercado qué nos llevamos en el carro tendríamos que tener una lista de la compra en la cabeza que en todo caso se actualizaría en función de la disponibilidad de cada ítem. Pero hay muchos más ejemplos, quizás uno especialmente sangrante para los BEs sea la violación de la Ley de Bayes.
Esta ley nos dice cómo debemos actualizar nuestras probabilidades a priori al incorporar información nueva, y su correcto uso es indispensable para un correcto trabajo científico. Pero tiene una contra, incluso aquellos que la utilizan día a día tienen problemas para aplicarla en algunos casos, pues no sólo puede llegar a ser muy anti-intuitiva sino que es cognitivamente extenuante. En nuestra vida cotidiana usamos heurísticas que, aunque no den respuestas tan precisas como Bayes, nos sirven para conducirnos con éxito hacia nuestras metas. Y he aquí el tema central, para la mayoría de BEs un agente que utilice un variado set de herramientas para cumplir sus objetivos es más irracional que un autómata que pasa el día calculando probabilidades y memorizando listas6.
Pero no pensemos que esto es todo, hay al menos tres claros casos donde ser “irracional” es no sólo una estrategia perfectamente válida, sino la más exitosa. Uno de ellos está en el subtítulo de esta entrada, “Si valoráramos una vela por su eficiencia energética no las usaríamos, pero las preferimos para iluminar una velada romántica sobre los LEDs “.
Muchas veces se falla en entender los verdaderos motivos de nuestras acciones, en parte porque ni siquiera nosotros somos conscientes de ellas. Una teoría imprescindible en estos casos es la de “señales honestas costosas” que explica cómo ciertas acciones que a primera vista padecen absurdas o incluso dañinas pueden ser altamente beneficiosas vistas con los ojos más abiertos, principalmente porque sirven para unir grupos o mandar mensajes sobre lo útil que puede ser cooperar contigo y lo disfuncional que podría ser buscar disputa.
Un ejemplo típico sería el aposematismo (animales venenosos con colores vivos): los colores ponen al animal en una desventaja respecto a sus depredadores, pero mandan una señal clara. Vemos algo parecido con leones y gacelas o niños de primaria jugando al pilla-pilla: los niños más rápido se quedan quietos delante del perseguidor, igual que las gacelas que saltan delante del león. Esta aparente desventaja manda una señal muy clara: “soy tan rápido que puedo permitirme chulearme en tu cara, si quieres pillar a alguien ve a por las que están corriendo, que son las más lentas”. Piense ahora en la cantidad de “ritos” sociales que involucran comprar objetos caros pero sin utilidad aparente, rituales religiosos, o la misma etiqueta en una boda…
Una señal valiosa y honesta se basa en una diferencia real entre sus posibles emisores, y puede ser difícil de falsificar si es cara o costosa. Toda señal de una determinada intensidad tiene un coste y puede implicar algún riesgo, pero estos pueden ser mucho menores (o los beneficios mayores) para el comunicador sincero. El emisor honesto puede permitirse algo que resulta prohibitivo para el tramposo. El coste de la señal no es sólo el de su producción física, sino que incluye también todas sus consecuencias potencialmente negativas: atraer algún peligro, servir para resaltar algún defecto o imperfección.
-Francisco Capella7
Por respeto al lector vamos rápido con los otros casos, que se entienden con bastante facilidad.
-Cariño, sé que hoy era una fecha importante para ti, pero ya había quedado con mis amigos para salir de copas esta noche, no te molesta, ¿verdad?
-No, claro que no, tú sal y diviértete.
Pregunta: ¿sería racional salir con los amigos? Cualquiera que no sufra de serios problemas de autismo sabe que no y que eso sería un ticket sólo de ida a dormir de por vida en el sofá. El lenguaje humano es complejo y no nos guiamos por lógica clásica, sino que utilizamos ironía, sarcasmo, términos vagos o simplemente decimos cosas que no pensamos. Una parte importante de los más famosos casos que exponen los BEs para demostrar nuestra irracionalidad nacen de un abuso de esta característica, siendo el de la banquera Linda probablemente el más famoso:
Linda es una mujer de 31 años de edad, soltera, extrovertida y muy brillante. Estudió filosofía en la universidad. En su época de estudiante mostró preocupación por temas de discriminación y justicia social y participó en manifestaciones en contra del uso de la energía nuclear. ¿Qué es más probable, que sea cajera de banco o cajera de banco y activista feminista?
-Daniel Kahneman y Amos Tversky8
No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que “ser cajera de banco y feminista” es menos probable, pero un alto porcentaje de gente falla. ¿Somos tan malos con la lógica y la teoría de conjuntos? Puede, pero esta no es una prueba. Si reformulamos la pregunta de tal forma que sea lógicamente equivalente añadiendo “que sea cajera de banco, pudiendo ser o no activista feminista; o cajera de banco y activista feminista” prácticamente nadie falla.9 Lo que aparentemente era una flagrante violación de la lógica clásica resultó no ser más que un problema de comprensión lectora, derivado de la diferencia entre el uso del lenguaje en la vida cotidiana y en los experimentos artificiales de los BEs.
Esto no es un caso aislado, no son pocas las publicaciones que basan sus investigaciones en este tipo de experimentos. Si queremos ver si alguien es racional lo lógico sería estudiar si las estrategias que aporta le resultan útiles en su hábitat natural, su desempeño en artificiosos experimentos puede dar resultados curiosos y tener su importancia, pero no en el tema que se trata en esta entrada; en otras palabras, tratan de demostrar algo más allá de sus posibilidades.
Otro tema concurrente en estos círculos es nuestra incapacidad para buscar la verdad y errar en todo tipo de sesgos, siendo el de confirmación probablemente el más famoso de todos. Pero usar la información que ya tenías para evaluar la información nueva difícilmente podría catalogarse como un sesgo por si mismo; y más allá de eso en este tema concurren todos los tratados anteriormente: señales honestas costosas para señalar que formas parte de un grupo concreto (que podría entenderse como un objetivo oculto) y alto coste cognitivo.
Lo cierto es que nuestra capacidad para influir en el mundo es muy pequeña salvo honrosas excepciones. Estar constantemente informado es cognitivamente caro y tiene un alto coste de oportunidad; quizás las elecciones sean un ejemplo perfecto. Nuestro voto individual vale virtualmente 0 (piense: “si en las últimas elecciones que voté hubiera cambiado mi voto, ¿hubiese cambiado algo?”) pero estar correctamente informado requiere no sólo de conocer en profundidad los programas políticos de todos los partidos y asignarles de forma racional una probabilidad de cumplirse, sino tener teorías mucho más generales sobre economía y ética para valorar dicho programa. ¿Es realmente inteligente una persona que invierta tanto tiempo en una actividad que va a ser inútil?
Por no hablar de cómo la verdad es un objetivo noble pero no tan perseguido como aparenta. El mundo está lleno de verdades cínicas que a muchos desagradan, y dado la prácticamente nula capacidad de cambiarlo indagar en ellas para sentirte peor tampoco parece una estrategia ganadora:
Si las creencias tontas te hacen sentir mejor, tal vez el verdadero tonto sea el más estricto con la objetividad. Pero esta es la razón por la cual el término irracionalidad racional es adecuado: las creencias que son irracionales desde el punto de vista de la búsqueda de la verdad son racionales desde el punto de vista de la maximización de la utilidad individual.
-Bryan Caplan10
Conclusión
Estamos ante un tema tremendamente extenso y sobre el que aún queda mucha literatura para escribir, sin embargo no puedo sino dejar de recomendar el libro que da pie a esta entrada, y más en general a aplicar la siguiente regla: “Cuando estudies a un sujeto, no asumas que es más tonto que tú”. Esta regla me la contó un aficionado a la observación de aves, pero no puede estar más vigente.
En las siguientes entradas trataré más ejemplos concretos de violaciones legítimas de la racionalidad neoclásica, así como también trataremos los problemas de orden económico a los que se enfrentan los políticos que plantean “nudges” o políticas paternalistas.
Ver “Pensar rápido, pensar despacio” o “Ruido”
https://www.thebehavioralscientist.com/articles/the-death-of-behavioral-economics
https://retractionwatch.com/2017/02/20/placed-much-faith-underpowered-studies-nobel-prize-winner-admits-mistakes/
Fueron Von Neumann y Morgenstern (1944) quienes dieron esta definición en primer lugar, pero su intención era meramente la de dar una descripción útil con la que crear modelos, no la de servir cómo estándar normativo.
Escaping Paternalism, Chapter 2 pg 44-45
Aunque sería más cierto decir que simplemente se ignora el hecho del coste “computacional” que tienen estas acciones
https://juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/la-comunicacion-honesta-mediante-senales-costosas/
Tversky y Kahneman (1982, 1983)
Macdonald, R. R., & Gilhooly, K. J. (1990). More about Linda: Or conjunctions in context. European Journal of Cognitive Psychology, 2(1), 57–70.
Rational irrationality: A framework for the neoclassical-behavioral debate. Eastern Economic Journal, 26(2), 191–211.