Entre los muchos personajes que pululan por las redes podemos encontrar a los falaciólogos, gente con amplios conocimientos de retórica que escrutarán tus escritos en busca flagrantes violaciones de la lógica aristotélica. Por lo general un falaciólogo no genera más que rechazo, similar al repelente niño Vicente, pero el problema que voy a tratar es lo tremendamente equivocados que suelen estar. Antes de entrar al trapo permitidme un pequeño extra.
El problema con los empollones nunca ha sido el fondo sino la forma (bueno, un poco de fondo sí), y con los falaciólogos me ocurre algo parecido. Respeto mucho la capacidad de encontrar fallos lógicos en un texto, yo lo hago continuamente, sin embargo hay algo extremadamente repelente en vociferar “¡eso es una falacia ad baculum!”, por favor, no lo hagáis. Si encontráis un fallo lo mejor es usar humor con más o menos ironía en función de lo bien que os caiga vuestro interlocutor para hacérselo notar, lo segundo mejor es explicar el fallo sin nombrar la palabra “falacia”.
Una vez me he desfogado empecemos este recorrido por las no-falacias más habituales que uno se suele encontrar, no están todas las que son pero puedo prometer que sí son todas las que están.
Reducción al absurdo
Empiezo con la peor de todas. En esta lista el resto son ejemplos de malos usos de falacias de verdad, pero este es un despropósito. ¿Dónde suelen aparecer este tipo de “falacias”? Generalmente en discusiones abstractas como las que se dan en ética1, y por extrapolación a la (filosofía) política.
Me encanta Michael Huemer, resumí su principal libro aquí y aquí. Su forma de tratar el problema de la autoridad política es muy original: él parte de que hay cosas que si un particular las hiciera estarían mal vistas, pero si el Estado las hace no se ven mal, así que para justificar la acción del Estado basta con justificar qué es lo que hace que él particularmente pueda obrar de manera distinta al resto. Su conclusión es que ninguna pero eso ahora no nos importa, el caso es que los razonamientos de Huemer son algo tal que así:
Supón que un hombre va con dos rumanos y una metralleta casa por casa pidiendo “amablemente” financiación para su empresa, que emplea a miles de personas y está a punto de quebrar. Todos veríamos que esto está mal, y que la empresa sea muy grande y otros argumentos similares no lo mejoran. Ahora bien, el Estado hace exactamente eso con los rescates a empresas, ¿por qué para él es legítimo pero para los demás no?
Cuando planteo problemas similares nunca, jamás, obtengo una respuesta a la pregunta. En su lugar me suelen responder algo como “¿Una persona yendo casa por casa con una metralleta? Eso es absurdo. Una reducción al absurdo”. Esta expresión tampoco es rara de ver en gente incapaz de entender una comparación: “¿estás diciendo que un tomate es rojo como Marte? ¡Pero en qué se parece una fruta con un planeta!”. Si alguien compara una característica común entre dos entidades es más que posible que su única intención sea comparar una característica común entre esos dos entes, y no más.
En este punto el lector entenderá dónde está el problema, así que tampoco me voy a explayar en detallarlo. Lo que sí quiero que hagáis es mirar la entrada de “reducción al absurdo” en Wikipedia:
La demostración por reducción al absurdo es un tipo de argumento muy empleado en demostraciones matemáticas.
Consiste en demostrar que una proposición matemática es verdadera, probando que si no lo fuera conduciría a una contradicción, por lo cual sería verdadera.
Lo peor de todo es que la reducción al absurdo ni siquiera puede llegar a ser una falacia, es un tipo de demostración en matemáticas. Si parto de premisas verdaderas y aplico correctamente la lógica llegaré, por definición de lógica, a conclusiones verdaderas. Así que si aplico correctamente la lógica y llego a una conclusión falsa es porque al menos una premisa no es verdadera, y ahí entra la reducción al absurdo2. Si partiendo de tus premisas llego a una conclusión absurda es porque, desde el principio, tus premisas eran absurdas.
Alguna vez se puede dar que el problema radique en que cuando argumentamos no explicitamos nuestras premisas (por desgracia) y puedes estar dando por echo algo que tu interlocutor no está captando; por lo que sólo podrás sentir risa o lástima cuando te argumenten con una reducción al absurdo. Puede ser estresante que no hayas podido transmitir lo que querías correctamente, pero si ese es el caso la solución es tan sencilla como explicitar tus premisas.
Hombre de paja
Un mal uso del hombre de paja es otra forma de nombrar al mismo error del punto anterior. Un hombre de paja consiste, como todos sabéis, en presentar una versión errónea de los argumentos contrarios para desmontarlos con facilidad. Ésta es una falacia muy común, quizás la que más. Sin embargo, o quizás por ello, también es comúnmente deformada.
El punto del hombre de paja es que cambia -generalmente de manera implícita- las premisas del adversario, y por ello es sencillo confundirlo con una reducción al absurdo, en especial si existe algún aliciente un tanto espurio en el debate. Lo peor de todo es la simetría que presenta con la reducción al absurdo, pues el objetivo del hombre de paja casi siempre es ese, partir de las premisas del rival (convenientemente modificadas) para llegar a un absurdo y así deslegitimarlas.
¿El error? Confundir toda reducción al absurdo con un hombre de paja. No voy a explayarme porque los motivos que llevan a alguien a esta confusión son exactamente los mismos que los mentados anteriormente. De hecho es la misma conclusión.
Argumento de autoridad
La falacia de autoridad enuncia algo bastante trivial:
La veracidad de una proposición es independiente de aquellos que la defiendan.
A la hora de discutir encontramos, según la naturaleza del debate, dos tipos o ramas de la dialéctica que podemos asemejar a efectos didácticos a los razonamientos deductivos e inductivos de la ciencia.
Como ya hemos explicado, un método es partir de premisas correctas más allá de toda duda razonable y llegar a conclusiones verdaderas mediante un adecuado uso de la lógica.
La otra, en ausencia de estas premisas, es presentar evidencia de una (hipo)tesis para aumentar la probabilidad de que esta sea verdadera.
Voy a explicar un poco esto último. En los métodos inductivos nunca podemos estar 100% seguros de algo -dejo de lado discusiones sobre si en los deductivos sí, dada la naturaleza empírica de comprobar la veracidad de (algunas de) las premisas-, pero sí podemos “cuantificar” lo seguro que estamos de ello. El proceso es complejo y no voy a explicar aquí cómo funcionan los test de hipótesis, pero dejadme dar unas pinceladas complementarias:
En términos de probabilidad Bayesiana el criterio para aceptar una hipótesis se escribe como «P(H|e)>P(H)», que se lee como “la probabilidad de que la hipótesis sea verdadera una vez se ha recopilado evidencia ha de ser mayor a la probabilidad de que sea verdadera sin evidencia”.
Una demostración trivial a partir de ello es que «P(H|e) > P(H) si y sólo si P(H|¬e) < P(H)», es decir: “e será evidencia de la hipótesis H si y sólo sí la falsabilidad de e implica una pérdida en la probabilidad de veracidad de la hipótesis”.
¿Por qué explico esto? Creo que casi nadie usa la falacia de autoridad como argumento deductivo, sino inductivo. Una consecuencia lógica de los teoremas anteriores es que el mero hecho de que alguien opine/crea "que X es verdadero" es evidencia de que X es verdadero siempre que no tengas motivos para pensar lo contrario. Supón que va conduciendo y oye por la radio que hay un atasco en una carretera cercana, ¿deberías aumentar tus probabilidades de que dicho corte sea cierto únicamente porque alguien así lo haya dicho? Sí, a no ser que tengas motivos para pensar lo contrario -falta de credibilidad del emisor u otra evidencia de que dicha carretera no está cortada-.3
Que un grupo de expertos crean que algo es cierto no lo hace cierto, eso nadie lo discute. Pero sí que hace que sea más probable (en sentido bayesiano, de conocimiento) que sea verdadero. Es por eso que cuando alguien saque un consenso en un debate tus respuestas deberían ser algo así:
¿Qué más evidencia tienes?
¿Cuáles son los puntos que hacen que haya ese consenso?
Aquellos expertos, ¿qué interés tienen en que X sea cierto?
Tengo cierta evidencia que va en contra de la veracidad de X, ¿esos expertos la han tratado?
O más general:
Si no tienes motivo alguno para dudar de un consenso, no lo hagas. Y si tienes un buen motivo primero pregúntate qué tratamiento le han dado los expertos que formen ese consenso.
Correlación no implica causalidad
Probablemente uno de los argumentos más repetidos en cualquier debate, por motivos puramente lúdicos podéis mirar este vídeo por 30 segundos (debería saltar al min 6:50 él solo):
A esta le tengo una tirria especial. Diría que el motivo es lo constantemente esgrimida que está por parte de gente que ha recibido educación especializada en tratar este tipo de temas. Echad un vistazo a esta famosa infografía:
¿Qué conclusión extraéis de ahí? Yo veo una causalidad, y muy clara.
Con esto creo que se entiende por dónde va mi punto: muchísima gente utiliza “correlación no implica causalidad” por reflejo, de manera prácticamente animal, cuando ve dos variables en un gráfico. Sí, correlación no implica causalidad, ¡pero eso lo sabemos todos! Si quieres aportar algo debes decir cuál es la relación entre las dos variables. Por volver al ejemplo anterior, estamos ante un claro caso de causalidad por un tercer factor.
También me escama el nulo conocimiento que periodistas y gente similar -que ha recibido esta frase en su educación como resorte de huida de primera y última instancia- sobre los mecanismos que existen para establecer relaciones de causalidad pero una vez más este post no trata de explicar los test de hipótesis. Zanjo el tema con la regla de oro del “relación no implica causalidad”:
Ataque al hombre
Para terminar vamos con uno cortito. Un ad Hominem es la versión oscura de la falacia de autoridad, así que todo lo que he comentado en el punto anterior se aplica -el que alguien haya estado condenado por estafa claro que aumenta las probabilidades de que algún proyecto suyo lo sea-. Sin embargo para este caso concreto tengo algo que añadir: los ad Hominem en redes sociales se usan mal, fatal.
La falacia radica en decir que X es falso por una característica negativa de alguien que defienda su veracidad. En RRSS, por otro lado, es común el uso de insultos, sarcasmo e ironía de forma más o menos velada. Cuando éstos salen a la palestra no tarda en saltar un “ad Homineeeeem!”. Dejando de lado lo dicho en el primer párrafo sobre los falaciólogos, aquí hay un error de raíz. Insultar no es una falacia. Una falacia sería decir que X es falso porque tú eres gilipollas, pero en ningún momento lo es decir que eres gilipollas por defender que X sea verdadero. ¿Puede ser de mal gusto? Sí. ¿Puede ser que mucha gente use la ironía, el sarcasmo o el cinismo para no afrontar de cara algunas cuestiones? Por supuesto. ¿Deberíamos arquear una ceja y escrutar con más atención los argumentos de alguien que opta por recurrir a estas artimañas? Sin duda. Pero caeríamos en un error si dijéramos que eso implica que cualquier insulto es una falacia y cualquier ironía una forma retorcida de evadir la conversación.
Un último tema
En este post he hecho hincapié en malos usos de falacias pero también existe el caso contrario: el usar falacias que muy poca gente identifica como tal. En este post expongo uno de los casos más fragrantes.
No lo trato por falta de extensión y porque sólo se relaciona tangencialmente con el tema, pero la gente que no responde a escenarios hipotéticos por ser… hipotéticos merece su entrada en este blog. O cambias las vías o no lo haces, pero no te preguntes por qué hay gente atada frente al tranvía.
En matemáticas se suele emplear una formulación alternativa pero lógicamente idéntica
Para una versión más desarrollada de este argumento leer la parte correspondiente a epistemología de “Knowledge, Reality, and Value” de Michael Huemer.